"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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El nido vacío

EL NIDO VACÍO La ventana grande del living mostraba su vista al soto del Río de la Plata, sobre la Bahía de Samborombón. Los ombúes, ceibos, talas y sauces ribereños daban márgenes frescos a los caseríos dispuestos en un conjunto afortunado de viviendas del lugar. Nerina se acercó al alféizar para cambiarle el agua a su canaria solitaria. La bella jaula grande acababa de vaciarse de sus habitantes, pues el compañero que ella le había buscado, perteneciente a una vecina de la casa de al lado, había sido picado por la hembra, una vez terminado el cortejo y empollado completamente los huevos, como producto final de su encuentro y convivencia. Los pichones, ya pasados los días que Tortueca -la hembra cantora- consideraba suficientes, habían sido arrojados para su indepen-dencia. Nerina los tuvo que regalar, pues amanecían, al igual que el macho, sangrando entre sus plumas por los picotazos de Tortueca. La jaula tenía una cadena que pendía del marco superior, por si un viento o algún desplaza-miento le hiciera correr peligro y ésta rodara hacia abajo, hacia el terraplén que conducía a los bosques subtropicales. “Te quedaste solita Tortuela… ¿Viste? Si hubieras sido más solidaria”…, Dijo Nerina con actitud tristona, pues ella misma acababa de regresar del aeropuerto de Ezeiza, despidiendo a su único hijo, quien partía hacia Finlandia para casarse y trabajar con un importante contrato en esas tierras lejanas. Su marido había fallecido hacía ya dos años. La mujer sintió reflejada su vida a la de la canaria, quien compartía con su canto, el transcurrir de las horas sin sentido. Apoyada en el lateral del ancho marco, evocaba los tiempos pasados y alegres de su hijo jugando con su marido en ese mismo living. Invadida por la nostalgia, mientras bebía su café humeante y observaba el crepúsculo incipiente, vio sorprendida cómo se le acercaron dos hombres quienes treparon con rapidez por la ventana, encañonándola amenazantes. La policía encontró su cuerpo inerte, el interior de la vivienda desordenado y bastante desmantelado. La canaria se hamacaba en su columpio en silencio estupefacto. Un oficial preguntó si al día siguiente, según averiguaciones o posibilidades, podría quedarse con el animalito. Cerraron los postigos y las puertas en clausura temporaria hasta nuevas disposiciones. Por la ventana del baño solía Simón, el felino gris rayado de la casa de la esquina, ingresar furtivamente en busca de su presa de modo obsesivo. Esa noche, sin peros, límites, ni topes, descubrió su víctima a disposición ofrecida. El oficial encontró solo dos plumas amarillas en el suelo. El nido de la jaula de Tortueca… había quedado por fin… muy vacío. ©Renée Escape

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